La historia de la niña luna
Entonces, totalmente sola, la niña luna (Killaguagua) vaciaba toda esa carga en el río (yaku), que la disolvía a lo largo de sus interminables orillas montándola a lo
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mos de las corrientes y los remolinos; en los cerros (urkus), que la sembraban por sus suaves laderas para que la lluvia la arrastrara más allá de donde acababa la jungla (sacha), y en el tronco enorme del viejo árbol (machu lupuna), que la elevaba por cada una de sus ramas para que las infinitas hojas la soltaran al viento con su vaivén.
Poco a poco, Killaguagua volvía a ser ella, porque se había vaciado tanto de sí y se había llenado tanto de otros, que había dejado de serlo. No podía dar nada porque nada quedaba, ni cargar más porque nada cabía. Y en su aldea, todos se preguntaban dónde podría estar. Algunos creían verla asomar de la espesura iluminada por la luz de la luna, pero cuando se acercaban, ya no estaba allí.
El día que nació la niña, el chamán de la comunidad, el anciano maestro (tayta yachac), se presentó de noche en la choza de la familia. La oscuridad lo cubría todo y nadie lo había visto llegar. Entró en silencio, con su corona de plumas y su cara pintada con el jugo del güitu, y la sacó en sus brazos meciéndola suavemente hasta el interior la jungla (sacha).
Entonces, la elevó hacia el negro cielo y cantó entre susurros: niña luna, siempre, cada día de tu existencia, has de tener presente que el mundo fue creado por el Padre (Yaya), flotando sobre el agua del inmenso río de la vida, que él es el que lo sostiene y que lo dejará caer si la maldad de la gente se hace demasiado pesada. Le recordó que los niños (guaguas) ayudan a Yaya a mantener el mundo a flote y a conservar el equilibrio entre cada una de sus cinco partes porque nacen libres de toda malicia.
Tú eres Killaguagua, la niña luna, cantó el anciano agitando la planta mágica, allá por donde vayas, te llenarás de otros y te vaciarás de ti. Cada mañana, espantarás a la noche y harás regresar a la luz iluminando a aquel que te mire, al que se cruce en tu camino, al que reciba tu sonrisa, tus palabras, al que te toque sintiendo tu calor. Y has de saber que, en ocasiones, habrás dado tanto propio y habrás recogido tanto ajeno, que no te sentirás tú de tan poco que conservarás ya de ti.
Pero no te preocupes, continuó, la madre luna (mama killa) y sus incansables compañeras de viaje, las estrellas (coyllur), te llamarán a su lado para que las sigas en sus visitas a la runapa causana allpa, la parte del mundo en la que vive la gente, los animales y todos los seres de la naturaleza. Acompáñalas porque tu espíritu (supay) y el suyo se harán uno, te aliviarán y llenarán con la energía de su luz y la llevarás dentro de ti para iluminar a quien esté cerca de cualquier oscuridad.
Aprende a hablarle, te entenderá, y si le soplas suavemente en su cara redonda y brillante, llevará tus mensajes a los que añoras cargándolos a lomos de un viento tenue que les refrescará del calor del camino y te llevará hasta ellos. Y sabrán que estás a su lado cuando se les erice la piel barrida por la corriente.
No digas nada, no avises a nadie ni cuentes nunca lo que hoy te estoy contando, le advirtió, pero cuando veas que la luna comienza a enseñar su cara más redonda, impidiendo a las tinieblas llenarlo todo, déjate llevar por ella porque te ha elegido y este es su mandato. Tú le llevarás la negrura que cargas de todos los que se te acercaron y, cuando apenas se vea ya nada dentro de ti, ella te devolverá la luz.
Permitirá que tus hermanos los ríos, los cerros, los árboles viejos, las piedras que reposan bajo el agua y los animales te bañen con su energía y que tú les entregues la tuya. La disolverán en sus aguas, la harán correr por sus laderas, la repartirán entre sus hojas elevándola al cielo atravesando un mundo de lianas, la atraparán en su dureza imposible de romper y la cargarán entre sus plumas, su pelo y sus garras, haciéndola llegar hasta el viento para que se la lleve, aligerando así tu pesado contenido.
Después, se la devolvió a su madre y, mientras ésta le daba de mamar, sopló sobre sus senos el sámai, el viento que mantiene unidas el cuerpo (aya) y el alma (aicha) y los hace caminar juntos y en la misma dirección.
A partir de ese momento, Killaguagua fue.
* Basada en la tradición oral de los quichuas del Pastaza, pueblo indígena de la Amazonia de Ecuador. Entre paréntesis, términos en lengua quichua, dialecto del quechua que se habla en Los Andes y El Oriente ecuatorianos.
